¿Por qué nos Enfocamos más en lo Negativo que en lo Positivo?

19.06.2023


¿Por qué a menudo quedamos presos o enfocados en lo negativo, o en los peligros, y dejamos de ver el global de una situación sin poder fluir con naturalidad? ¿Por qué nos es más fácil quedarnos enganchados a situaciones negativas, en cambio a las positivas no tanto? 

En miles de años de evolución de la especie, quien ha sobrevivido ha sido quien ha puesto su atención en las amenazas y ha aprendido y tomado medidas para salvaguardarse de ellas. Si ignoras una oportunidad, puedes lamentarlo, pero si ignoras un peligro, ese puede ser tu final, o cuanto menos, te lo puedes pasar realmente muy mal.

Desde nuestro instinto de supervivencia, nuestro cuerpo-mente ha sido programado para focalizarse en las amenazas del entorno y en recordar los hechos negativos para no volver a caer en ellos. De modo que a partir de sentir nuestra supervivencia en peligro, reaccionamos emocionalmente con miedo o agresividad y desde ahí, desde el instinto y la emoción, no solo desde la emoción ni mucho menos como suele decirse, conectamos con el impulso instintivo y la fuerza para responder y preservar la vida.

Así vemos cómo las bases neurológicas de miles de años de evolución establecidas desde el instinto más básico, que es la supervivencia, han requerido mayor actividad ante los estímulos negativos que ante los estímulos positivos, pues ante los estímulos negativos hemos necesitado desplegar mayores recursos, mayor energía, así como la implicación de diferentes estructuras. Por tanto, las respuestas a las amenazas son más rápidas e intensas que las que proporcionan las oportunidades y placeres. Asimismo, desde esas bases de supervivencia, los sucesos impactan más en la memoria, se guardan en ella a largo plazo y pueden activarse automáticamente, en cambio los acontecimientos positivos requieren que pensemos en ellos de manera activa para activarlos.

Más allá de la herencia filogenética de millones de años de evolución, cada persona tiene una biografía y unos registros muy concretos. A nivel de desarrollo humano, cuando más activo está nuestro instinto de supervivencia es a lo largo de la gestación y en el parto. Desde la relación y las respuestas que en esas zonas se recibe de la madre, todo lo que ahí sucede evidentemente es inconsciente, instintivo-emocional, corporal… desde esa relación obtenemos unos registros marcados a fuego que sitúan las bases profundas de la reacción que yo tendré ante situaciones que considere peligrosas para mi integridad, aunque en edad adulta quizá no sean peligrosas, o no sean tan peligrosas, pero a mí se me activa ese circuito. Luego a medida que crecemos, las situaciones de peligro pueden irse sucediendo a lo largo del desarrollo. 

En la vida adulta, a pesar de que nos podamos enfocar más, en general, en lo negativo que en lo positivo, paradójicamente, nuestro cuerpo-mente ha desarrollado un amplio abanico de defensas psico-corporales para que de alguna forma "olvidemos" traumas y daños profundos registrados en nuestra infancia, que en la vida adulta se conforman como bloqueos y tensiones psico-corporales que precisamente bloquean nuestro caudal energético, y que con el tiempo pueden provocar disfunciones y somatizaciones de diferente índole. De este modo bloqueamos el dolor y las emociones atrapadas en ese bloqueo, y aprendemos a que todo ello circule desde la mente, aunque si la situación nos aprieta la mente no tiene la fuerza para contener la potencia de los instintos y las emociones. Si no realizamos un proceso terapéutico consistente con todo ello, desde esta memoria psico-corporal desarrollamos un carácter básicamente preocupado o excesivamente preocupado, en que se vive fundamentalmente desde la mente, la energía y el calor se sienten básicamente aquí en la cabeza. En consecuencia, desarrollamos un carácter angustiado, ansioso, estresado…

Cuando vivimos básicamente enfocados en lo negativo y en los peligros, que es el caso que hoy abordamos, la persona está anclada y vive su actualidad desde esa historia antigua que permanece en la memoria psico-corporal actualizada en el día a día ante cualquier estímulo. El miedo inconsciente, automático, no lo hemos sentido ni nos hemos dado ese espacio para sentirlo porque si no los planteamos, incluso sentimos miedo de sentir el miedo.¿Qué hacemos entonces? Lo pasamos por la mente dando vueltas y más vueltas a un circuito interno de preocupación, sufrimiento, sin hallar salidas satisfactorias la mayoría de las veces. Así es cómo esta dinámica consume nuestra energía, nos desgasta y nos agota buscando salidas desde la mente a cuestiones que están en el cuerpo y en la relación humana. Si aprendiéramos a estar con ese miedo y a sentirlo, seguramente estableceríamos nuevos circuitos por los que circularíamos mucho más tranquilos y en paz. En definitiva, desde estas bases, la persona se engancha más a los peligros, los problemas y lo negativo que a las oportunidades, las soluciones y lo positivo de cada situación. A pesar de que esto se observe con mayor claridad en la persona con una biografía más acentuada en estos registros negativos, en alguna medida lo tenemos todos desde las bases filogenéticas que comentaba al principio. Lo que una persona puede interpretar como negativo, desagradable o estresante, para otra que no esté atrapada ahí, las mismas circunstancias pueden ser interpretadas como un desafío, por ejemplo, o como una oportunidad de aprendizaje.