La Navaja de Ockham en Psicología y en Terapia

09.03.2024


Si se presentan varias explicaciones para un fenómeno o situación en alguna medida compleja, es necesario cortar o eliminar las explicaciones que puedan ser innecesarias, vacías o inútiles. Esto es lo que proponía el filósofo y fraile franciscano disidente, Guillermo de Ockham, en el s.XIV. A continuación ahondaré un poco más en ello, y veremos también cómo este principio, no solo se aplica en ciencia o en lógica, sino también en psicología y en la realidad de las relaciones humanas.

La navaja de Ockham sostiene que cuando hay varias explicaciones posibles para un fenómeno, la explicación más simple es la más probable. De modo que se rechazan, se cortan con la navaja las ideas o propuestas innecesariamente complejas, pues se considera que la respuesta más sencilla es la que suele ser más exacta. Estamos hablando de la capacidad de discernimiento, la capacidad de separar el grano de la paja, o lo que es lo mismo, la capacidad de distinguir lo que es importante de lo que no lo es, o lo que es necesario considerar y lo que no. Este principio es útil como guía, como referencia, es una orientación para decidir por qué camino avanzar primero. De manera que la explicación más simple es la más probable, aunque no necesariamente sea la más verdadera, hay fenómenos o situaciones para las que se requieren explicaciones más complejas. La cuestión es que en situaciones idénticas, se prefieran las teorías o explicaciones más simples.

Se trata entonces de poner el foco en la sencillez, por tanto de renunciar a lo complicado, renunciar a complicar y a complicarnos, y remitirnos a cuestiones prácticas que presenten hechos y pruebas sólidas. Por tanto, el principio de la navaja de Ockham nos habla también de claridad, de concisión, de síntesis, de elegancia incluso, de hacer con menos lo que se puede hacer con más, por tanto, de minimizar el uso de energía. No se afirma que lo simple sea siempre lo correcto, pero sí se insta a empezar desde ahí la búsqueda de explicaciones, y solo cuando sea estrictamente necesario, considerar razonamientos más complejos. Por tanto, se insta a simplificar la realidad para resolver y solucionar. Es decir, para un problema, encontrar una solución, no más problemas.

Ahora bien, ¿cómo se aplica todo esto a la psicología y a las relaciones humanas tal como yo lo entiendo? Pués de la misma manera, pero atendiendo a que todo lo relativo a la psicología y a las relaciones humanas está plagado de complejidad. ¿Qué es lo más simple y claro que podemos observar en las conductas de cada uno de nosotros? Para mí es evidente que los instintos, las necesidades instintivas, y las reacciones emocionales puras.

En cuanto a los instintos y las necesidades instintivas, en su esencia diferimos más bien poco con nuestros parientes mamíferos. El instinto preserva la vida y es muy claro, no tiene complicaciones, a no ser que sea maltratado. Todos necesitamos sobrevivir y sentir que existimos y que no somos indiferentes; todos necesitamos nutrirnos, no solo a nivel de alimentación, también a nivel relacional y afectivo; asimismo, todos necesitamos ser autónomos, tener un espacio, un territorio, tanto físico como personal, y que sea respetado; además, todos necesitamos conseguir, alcanzar, conquistar objetivos y personas que nos permitan crecer y expandirnos. Hasta aquí las explicaciones que puedan darse son simples, no hay complicaciones. El principio de la navaja de Ockham puede aplicarse perfectamente. Si esas necesidades instintivas que acabo de mencionar son frustradas, no se pueden satisfacer, o son agredidas, reaccionamos básicamente con tres emociones puras: miedo, agresividad y tristeza. Por el contrario, cuando esas necesidades son satisfechas, o cuando no son satisfechas, pero la gestión emocional nos lleva a quedarnos bien, a nivel emocional sentimos alegría y un estado anímico tranquilo.

Ahora bien, ¿cuándo se empieza a complicar todo? Cuando la frustración y la agresión al instinto se convierten en habitual, y cuando no podemos reaccionar emocionalmente con la emoción pura que sentimos, sobre todo durante la infancia y la adolescencia. ¿Qué sucede entonces? Que se nos mezclan unas con otras las emociones puras de miedo, agresividad y tristeza fundamentalmente, y empezamos a armar paquetes emocionales complejos que nos confunden y nos atrapan sin poder hallar una salida sana. ¿Cuándo se complica todavía más? Cuando usamos la mente y el razonamiento para complicar y no para simplificar, y desde ahí armamos atrapes psico-corporales y emocionales que conforman patrones que se relegan al inconsciente activándose automáticamente en cualquier momento, a pesar de que nos atascan y nos impiden avanzar. Para estos casos, difícilmente podemos aplicar el principio de la navaja de Ockham. Sobre todo, cuando lo que sentimos lo queremos manejar desde la cabeza, cuando desde ahí a veces no hay salida. Aplicar la navaja de Ockham en estos casos implica atender al sentir y atender al dolor que la persona pueda estar sintiendo. Precisamente para no sentirnos y para no sentir el dolor, hemos armado esas estructuras psico-corporales defensivas que nos atrapan. La contradicción es que muchas veces preferimos aferrarnos a esas estructuras internas, inconscientes, a pesar de que nos condenan, en alguna medida, a un sufrimiento que puede ser claramente innecesario. 

En definitiva, hay muchas circunstancias personales y relacionales, de relación, en que para abordarlas desde el principio que planteaba Ockham, es preciso, no solo tener conocimiento, sino experiencia. De otra forma, es muy fácil perderse en toda esa complejidad. Quiero decir, que hay muchas circunstancias, como por ejemplo, cuando desde niños nos vemos obligados a responsabilizarnos de cosas que les pertenecen a los adultos. De igual manera cuando somos adultos y nos responsabilizamos de responsabilidades de otros que no nos corresponden. Ahí la complejidad reside en devolver a la persona a sí misma, para que sitúe la atención en sí misma y no tanto en el otro, y para que inicie un proceso de responsabilizarse fundamentalmente de sí mismo. Otro ejemplo podría ser cuando nos resistimos, y de alguna forma nos autoengañamos, no queriendo aceptar la realidad de lo que nos sucede, o la realidad de lo que sentimos. En estos casos, muchas veces es necesario un proceso que requiere tiempo para que esa no aceptación de las circunstancias llegue a un punto de saturación o de estrés que propicie que de alguna forma soltemos y a partir de ahí encontremos una salida a ese atrape.

A nivel terapéutico, es preciso que todo terapeuta tenga el principio de la navaja de Ockham en su sitio, bien afinada, para que puedan producirse los cortes que a menudo son necesarios para desmenuzar los discursos y para propiciar el desenredo de los líos que a menudo podemos llegar a organizarnos desde la mente.