¿Qué es la Felicidad?

29.05.2023


José Saramago decía: ¿y si las historias para niños fueran de lectura obligatoria para adultos? ¿Seríamos realmente capaces de aprender lo que desde hace tanto tiempo venimos enseñando? Hoy voy a contarte un breve cuento oriental de tradición sufí llamado: Las llaves de la felicidad. Dice así:

"En una oscura y oculta dimensión del universo se encontraban reunidos todos los grandes dioses de la antigüedad dispuestos a gastarle una gran broma al ser humano. Para ello, en primer lugar se plantearon cuál sería el lugar que a los seres humanos les costaría más llegar. Cuando fuera escogido el lugar, depositarían allí las llaves de la felicidad.

-Las esconderemos en las profundidades del océano – decía uno de ellos.

-Ni hablar – advirtió otro-. El ser humano avanzará en sus ingenios científicos y será capaz de encontrarlas sin problema.

-Podríamos esconderlas en el más profundo de los volcanes… -dijo otro de los presentes.

No- replicó otro. – Igual que sería capaz de dominar las aguas, también sería capaz de dominar el fuego y las montañas.

- ¿Y por qué no bajo las rocas más profundas y sólidas de la Tierra? – dijo otro.

-De ninguna manera - replicó un compañero-. No pasarán unos cuantos miles de años que el hombre podrá sondear los subsuelos y extraer todas las piedras y metales preciosos que desee.

-¡Ya lo tengo!- dijo uno que hasta entonces no había dicho nada-. Esconderemos las llaves en las nubes más altas del cielo.

-Tonterías… -replicó otro de los presentes-. Todos sabemos que los humanos no tardarán mucho en volar. En poco tiempo encontrarían las llaves de la felicidad.

En ese momento un gran silencio se apoderó de aquella reunión de dioses. Uno de los que destacaba por ser el más ingenioso dijo con alegría y solemnidad:

-Esconderemos las llaves de la felicidad en un lugar en que el hombre, por más que busque, tardará mucho, mucho tiempo de suponer o imaginar…

-¿Dónde? ¿Dónde? ¿Dónde? – preguntaban con insistente y ansiosa curiosidad los que conocían la brillantez y lucidez de aquel Dios.

-El lugar del universo en que el hombre tardará más en mirar y tardará más en encontrar es… en el interior de su corazón.

Todos estuvieron de acuerdo. Las llaves de la felicidad se esconderían dentro del corazón de cada ser humano.

Vemos cómo este cuento tan breve nos explica algo tan importante, que en síntesis viene a decir que la felicidad no está fuera, como se nos ha hecho creer en la sociedad de consumo en que vivimos. Dicho de otra forma, la felicidad no depende de tener, de poseer o de conseguir los objetivos que sean. Desde ahí siempre habrá algo más que tener, que poseer y que conseguir. Ciertamente, alguna satisfacción nos produce, por supuesto, pero en realidad solo eso no da sentido y calidad a nuestra vida. Lo que a uno le hace crecer y evolucionar no es aquello que logra, sino las capacidades que emergen y se desarrollan para trascender los obstáculos que llevan al logro.

Por otro lado, internet está plagado de fórmulas, recetas e instrucciones para llegar a esa especie de paraíso terrenal en que uno es feliz y solo siente en positivo. ¿Pero nos hemos planteado que para que la vida funcione, fluya y circule son necesarios dos polos, el positivo y el negativo? El polo negativo no tiene que ser negado ni reprimido, algo tenemos que hacer con él para que colabore con nosotros, que somos el todo que incluye esas dos partes. Es necesario darle algún tipo de respuesta al polo negativo para que se conecte al positivo. No se puede tener éxito si no fracasas y no se puede acertar si no te equivocas. ¿Cómo se puede evolucionar sin dolor, sin conflictos? No es posible, se requiere del polo negativo, aquello que podemos considerar como malo, para positivizar la evolución.

Todas nuestras células a nivel electromagnético funcionan con la complementariedad del polo negativo y el positivo; de la misma forma se necesita un hombre y una mujer, un espermatozoide y un óvulo, para que la vida humana se conciba, así como se necesita el día y la noche para que la vida en el planeta funcione y progrese. Polo negativo y polo positivo necesitan conectarse para producir alguna reacción, algún conflicto que nos permita evolucionar. Sin ese otro polo, aún no habríamos salido de las catacumbas. Para evolucionar necesitamos completarnos aprendiendo a integrar y gestionar esos dos polos. Así alcanzamos un estado superior que nos conecta a los afectos, al corazón donde se escondieron las llaves de la felicidad, ese lugar donde se integra el polo positivo y el negativo para ver y sentir la realidad tal cual es.

Ahora la cuestión es: ¿Cómo está nuestro corazón? ¿En que estado se encuentran nuestros afectos? Si en alguna medida entramos en él, empezaremos a sentir sus heridas en forma de dolor y de cargas emocionales, y veremos sus luces y sus sombras. Pero tras esas luces y esas sombras sigue estando el corazón, de la misma manera que el sol sigue estando tras las nubes o tras las tormentas.

Bajo mi punto de vista, si la felicidad existe, podríamos describirla como un sentimiento aposentado, tranquilo, pacífico, internamente pleno, de predisposición alegre, para nada eufórica, y en armonía con el entorno. Esta felicidad integra la libertad de ser lo que uno es, y la libertad de estar donde uno elige estar, con la disposición y el sostén para asumir lo que traes a tu vida y lo que la vida te trae, y con la entereza para dejar ir lo que sea necesario para que la propia vida se lo lleve.

En definitiva, la felicidad no habría que buscarla fuera, sino conectarla desde dentro, desde la coherencia interna y el fin del autoengaño. Para ello, es ineludible asumir la responsabilidad de abordar e integrar las luces y las sombras que cada cual lleva consigo, lo positivo y lo negativo de la relación que mantienes contigo mismo y con los demás. No hay recetas, instrucciones ni fórmulas, solo personas y experiencias que sin pretenderlo, nos pondrán a prueba para ver si aprendemos a vivir y a afrontar los conflictos internos y externos. Ese será el precio que tendrás que pagar para acercarte a la felicidad, un precio tan elevado que no lo podrás pagar con dinero, sino con valor.