Los Orígenes de las Relaciones tóxicas
Para situar las bases y los orígenes de la toxicidad en nuestras relaciones, tanto en la relación que mantenemos con nosotros mismos como en la relación que mantenemos con el otro, debemos acudir a la patria de todos nosotros, que no tiene nada que ver con el país al que pertenecemos. Nuestra patria auténtica definitivamente eres tú, tu infancia y la familia en la que creces.
Sabemos de la necesidad que tiene cualquier niño o niña de vincularse con su madre y con su padre: necesitamos vincularnos afectivamente para sobrevivir, para desarrollarnos y para crecer como seres humanos. Cualquier niño o niña de cualquier cultura o estrato social necesita la protección, la presencia, el contacto, la seguridad, el cuidado y el sustento de la relación que mantiene con su padre y con su madre, quienes tienen una responsabilidad que no solo abarca la aportación de recursos económicos y físicos en cuanto a que los hijos estén alimentados, tengan un espacio donde vivir, una educación, etcétera. Tan importante como eso es lo que concierne a la vida instintivo-emocional de cualquier niño o niña, me refiero a la presencia y disposición de ánimo de los padres para estar con sus hijos y con lo que necesitan y sienten desde que nacen hasta la adolescencia. Recordemos que la familia es la matriz, son los cimientos y la base sobre la que se edifica nuestro ser y lo que somos.
De modo que si hablamos de toxicidad en las relaciones y tratamos de localizar dónde se origina, debemos hurgar en esa patria nuestra que es la infancia y la familia. ¿Por qué se genera toxicidad? Pues evidentemente a causa de una atención deficiente hacia las necesidades básicas de la criatura y a causa del maltrato sufrido en las relaciones familiares, un maltrato que o bien puede ser evidente, o bien puede ser más sutil, más inconsciente, y pasar desapercibido. Todo esto no me lo saco de la manga, todo esto a mí me costó años de cuestionar y de comprobar una vez tras otra a través de mi proceso terapéutico.
Estaremos de acuerdo en que si se nos presta la atención necesaria y se nos trata bien, la toxicidad en las relaciones no tiene motivo para existir. Cuando hablamos de maltrato, seguramente su más alto grado podemos considerar que es la violencia. Efectivamente, la violencia genera un miedo-terror en quien la sufre que queda registrado en el cuerpo y en la mente. A partir de esa experiencia, en la vida adulta puedo, o bien ser una persona acongojada, retirada, o bien puedo reproducir en mis relaciones ese mismo trato que he recibido. Pero la violencia no es la única forma de maltrato, y por tanto de toxicidad, hay muchísimas otras formas de tratar mal a un niño o niña, que a menudo nos pasan desapercibidas, pero que quedan registradas a fuego en la vinculación afectiva que establecemos con nuestros padres, y más adelante cuando somos adultos con nuestras relaciones vinculares íntimas.
¿A qué otras formas de maltrato me estoy refiriendo? Me refiero por ejemplo a actitudes de indiferencia hacia la criatura cuando necesita la atención del adulto; actitudes tanto de indiferencia como de incomunicación como castigo del adulto hacia la criatura; actitudes autoritarias que aplastan la palabra y la expresión de la criatura con todo lo que eso implica; actitudes de crítica y reprimenda constante o establecidas como dinámica de relación con el niño o niña; actitudes de manipulación para que el niño se haga cargo del adulto, por ejemplo, en lugar de que el adulto se haga cargo de la necesidad del niño. Otra forma de maltrato puede ser mirar a la criatura desde una desconfianza perpetua, eso evidentemente genera un sentimiento de miedo e inseguridad; actitudes de rechazo y desprecio sistemático o establecido como dinámica relacional hacia la criatura o hacia sus propuestas, lo que genera un sentimiento de desvalorización entre otras muchas consecuencias; experiencias de abandono, de desatención, ridiculizaciones, burlas, humillaciones verbales, ausencia de límites, actitudes rígidas que no dejan a la criatura margen para ser ella misma, por tanto recurrirá a la mentira cuando haga falta para salirse con la suya; actitudes de comparación más o menos claras entre hermanos para dejar en inferioridad a uno de ellos, que va generando un caldo de cultivo para que posteriormente se enfrenten sin compasión,… Y así podría continuar y continuar.
Todas estas formas tóxicas de relacionarnos con los niños y niñas se trasladan a la vinculación afectiva que el niño y la niña integran dentro de sí, y a la vinculación afectiva con la que en edad adulta se vinculan afectivamente con otros adultos. La vinculación afectiva, para que nos entendamos, es como un programa informático que llevamos dentro, pero mucho más complejo que un programa informático porque incluye un sentir y una forma dinámica de relacionarnos con nosotros mismos y con los otros. Ante todas estas actitudes tóxicas que comento, en el niño y en el adolescente se pueden observar como resultado actitudes de cerrazón, de protección, de aislamiento respecto al mundo exterior, actitudes temerosas, ansiedad, angustia, sentimiento de desvalorización, depresión, baja autoestima, inseguridad y muchos otros síntomas. Para sobreponerse a esta sintomatología que ha dañado el vínculo afectivo con el otro, el niño y el adolescente aprenden a construir todo un sistema defensivo de protección desde el que se relacionan para mantenerse a salvo. A posteriori, en la vida adulta este sistema defensivo puede presentarse, en función de la adaptación de cada uno, en cualquier tipo de persona tóxica que hoy en día se describe mucho en internet, que incluye un amplio catálogo de tipologías.
Tristemente, el maltrato y las faltas de respeto hacia los niños son tan universales y cotidianas que forman parte de la normalidad. Pocos se cuestionan estas prácticas, pues les obligaría a cuestionarse las actitudes tóxicas que, con las mejores intenciones, también recibieron de sus propios padres. Los niños y niñas son el colectivo de nuestra sociedad más maltratado, muy por encima de cualquier otro colectivo que hoy se defiende popularmente, incluso desde las instituciones. ¿Pero quién defiende realmente a nuestros niños y niñas de actitudes dañinas, tóxicas, inconscientes, que cotidianamente dejan daños personales, invisibles, muchas veces irreparables? Y no me refiero a actitudes de violencia o de abuso sexual, que ahí sí veo que se empieza a actuar desde las instituciones, aunque incluso ante actos de violencia manifiesta o de abuso sexual, la mayoría de casos, la gran mayoría de casos no se conocen y se pasa página como si nada con total impunidad. Quiero decir, yo esto lo veo en mi consulta cada semana, y solo te hablo de los que vienen a consulta, porque la gran mayoría siguen adelante con lo que tienen sin siquiera plantearse realizar un proceso terapéutico de reparación… Antes que llevar a los niños a terapia, porque es el niño el que tiene el "problema", cada padre o madre debiera ir primero a terapia, porque son ellos quienes tienen el problema de no saber relacionarse con él. Un padre o una madre en terapia es uno de los mayores regalos que se le puede ofrecer a un hijo.
Siguiendo con el argumento, ante todas estas actitudes tóxicas o dañinas de maltrato, tanto por acción como por omisión de responsabilidades, no debiera sorprendernos que la salud mental de la población cada vez esté más deteriorada. Partiendo de todas estas actitudes tóxicas que podemos sufrir, que se siembran en nosotros desde la infancia, ¿qué podemos cosechar especialmente a partir de la adolescencia? Pués evidentemente, todo un abanico de relaciones tóxicas que se dan en nuestra vida adulta, que en esa vida adulta ya no sabemos por qué nos relacionamos así, no sabemos por qué quedamos enganchados a relaciones que nos perjudican, ni somos conscientes de los perjuicios que podemos estar causando nosotros. Evidentemente, esto como mejor se entiende es realizando un proceso terapéutico y sintiendo, sobre todo sintiendo en uno mismo las consecuencias de ese trato que se recibió. Porque lo que sucedió, sucedió y eso ya está hecho, pero lo que está por suceder y por aprender de lo que sucedió, eso está todo por hacer.
En medio de este panorama, hay tres buenas noticias. La primera es que estas taras personales que se manifiestan en nuestras relaciones no son definitivas, aunque por supuesto tendrás que hacer algo con tu toxicidad y con la toxicidad del otro. La segunda buena noticia es que ahora sabes, si no lo sabías antes, que el causante de todos tus males no es esa persona que prácticamente acabas de conocer, tu daño es algo que te pertenece exclusivamente a ti y tú eres responsable de aprender a relacionarte con él de la mejor manera. Con esto también quiero decir que no es necesario estar prevenido de las personas tóxicas, lo tóxico que es el otro, el culpable de todos mis males… porque mucho más importante que señalar al otro y culparlo de todos mis males, como si yo no tuviera nada que ver, es cómo te posicionas tú ante ti mismo, ante ti misma, y desde ahí cómo te posicionas en relaciones en las que no aprendiste a situarte. Y la tercera buena noticia es que si tomamos responsabilidad sobre nuestra vida, podemos elegir a las personas con las que decidimos vincularnos y podemos aprender a relacionarnos de formas más sanas en los vínculos afectivos que establecemos.