Diferencias fundamentales entre el Dolor y el Sufrimiento

02.04.2023


Sabemos que en función de cómo trataron nuestras necesidades instintivas a lo largo del desarrollo desde la concepción hasta los 20 años aproximadamente, se generaron los primeros registros de cómo vamos a estar y cómo nos vamos a relacionar con el dolor, ya sea sintiéndolo, o ya sea sufriéndolo. El dolor que cargamos va acompañado de cargas emocionales de diferente índole y de una estructura psicológica que hemos ido construyendo alrededor de él. Esto lo explico con detalle en el último libro que publiqué: El corazón de la sexualidad. A modo de síntesis, solo comentar que ante las necesidades frustradas o agredidas a lo largo del desarrollo, sentimos dolor de inicio, y a continuación unas reacciones emocionales que en su pureza suelen ser miedo, rabia o tristeza. En función de si alguien estuvo junto a nosotros y nos atendió ante el dolor que sentíamos y ante las reacciones emocionales que se nos despertaban, crecimos con mayores garantías, de modo que podemos estar mejor con nuestras dificultades y con nuestro dolor. Si ahí no hubo nadie o estuvo a medias, pervertimos el aprendizaje y la función del dolor, y lo convertimos en sufrimiento.

El dolor es una reacción natural a un suceso real que evoca una sensación molesta, desagradable, incómoda. Va acompañado normalmente de reacciones emocionales que ayudan a procesar el dolor. En las emociones aún no hemos llegado al dolor. Una vez las emociones pueden ser sentidas y expresadas, se van procesando y aun así queda un destello de malestar en el cuerpo de dolor. Estar con el dolor implica sentirlo, es decir, después de la expresión emocional, poderlo sentir, no pensarlo; sentir nuestro cuerpo y percibir si hay algún tipo de malestar, algún tipo de molestia, darnos ese tiempo de silencio para sentirnos el cuerpo, escucharlo, sentir la sensación, y a partir de ahí dejar que se exprese para que pueda circular. Este es un proceso muy particular de cada uno, que lo siente a su manera con sus propias dificultades y resistencias. Por tanto, la forma sana de estar con el dolor sería dejarme sentir primero las emociones si las siento en el cuerpo; no hace falta expresarlas tampoco, se puede sentir la sensación emocional en el cuerpo para que pueda circular, y si estamos ahí el tiempo suficiente, en un momento dado se produce una disolución de la tensión, incluso podemos sentir mayor claridad mental, tranquilidad,… Desde esa escucha aprendes sobre ti, sobre tu cuerpo, sobre tus circunstancias, y a partir de ahí actúas en consecuencia también. No hay lugar para el sufrimiento, aunque entiendo que a algunas personas pueda darles miedo el hecho de contactar y darse ese espacio, sobre todo si no lo han hecho nunca.

De inicio, y por inercia, estamos con el dolor en función de cómo estuvieron con nosotros a lo largo de nuestro desarrollo. A partir de ahí ofrecemos ese mismo estar en relación con nuestros hijos. Yo te preguntaría: ¿hubo alguien con tu dolor? ¿Cómo estuvo? ¿Quién estuvo? ¿Estuvo el tiempo que necesitabas o estuvo poco? ¿Le dio importancia a tu dolor o se la quitó? ¿Atendió realmente tu dolor o te despistaron de sentirlo? ¿Se pasó por encima quizá, como si no existiera, o realmente lo atendieron? ¿Atendieron tu dolor con sufrimiento? Porque si lo atendieron así, está claro que no fue atendido. En función de las respuestas que recibimos ahí, el dolor puede pervertirse y no aprendemos a estar con él ni sabemos relacionarnos con él, más bien le tenemos miedo y huimos de él y de nosotros mismos a la mayor brevedad. De esta forma cronificamos ese dolor, cronificamos las reacciones emocionales pendientes de procesar, el malestar también queda pendiente de procesar… en definitiva, nos vamos desconectando de nosotros mismos. 

Si no hemos hecho ningún proceso terapéutico es evidente que las cargas emocionales y el dolor acumulado y la desconexión pueden tener una cierta envergadura. Esto puede ir acompañado también de un cierto cierre emocional, una desconexión emocional y corporal en que se va aguantando y de vez en cuando se descarga emocionalmente. Otra forma de llevar el sufrimiento es negando el dolor o lo que nos ha producido daño, y por tanto no aceptándolo. Ante el dolor podemos cortarlo, eliminarlo, no le damos ni la más mínima opción de que asome. Otra forma de llevar el dolor convertido en sufrimiento es haciendo, mediante conductas compulsivas, por ejemplo, comiendo… también socializándome… como que no puedo estar solo, busco estar acompañado, así me olvido de mí mismo y de lo que me está sucediendo. Así convertimos al dolor en un proceso que nosotros mismos encerramos a través del sufrimiento y cronificamos el dolor quedando atrapados en un miedo que embarga nuestra vida. Quedamos embargados y atrapados también por la culpa, obsesiones de diferente índole, pensamientos limitantes, destructivos hacia el otro, o autodestructivos. Es decir, vamos generando y vivimos en un discurso interno dañino que nos contamina a nosotros mismos y a nuestras relaciones. La negatividad prepondera, hay una densidad que suele derivar en conductas compulsivas o adictivas que de alguna forma alivian el malestar profundo. La cuestión es que estamos identificados con eso. Si no soy eso, no sé qué soy ni quién soy. Tenemos esta forma de relacionarnos con nosotros mismos tan arraigada, que creemos que nosotros somos eso, no nos hemos planteado que quizá nosotros estamos detrás de todo eso.

La persona que vive en el sufrimiento también obtiene unos beneficios indirectos de estar ahí, como por ejemplo no sentir el dolor, defenderse de él, no sentir el miedo a sentirse, y sobre todo no responsabilizarse de sí mismo y establecer dependencias. Esto es típico en posiciones de víctima. Desde la irresponsabilidad puede manipular a su entorno para que le sirva y le preste atención. La solución es que otros se ocupen de lo que se tiene que ocupar la propia persona. Así la persona se siente querida, incluso puede decirte que sufre por ti para que en el fondo hagas lo que ella quiere y deje de sufrir. El salvador que se busca desde estas zonas también suele afincarse en la medicación cotidiana como algo estrictamente necesario. De esta forma se profundiza la desconexión de uno mismo disminuyendo la sensibilidad, pues la persona está atrapada en el sufrimiento, aunque en realidad no se siente. En definitiva, sufrir cronifica el dolor, y sentir el dolor lo va disolviendo poco a poco. Uno puede sanar lo que se permite sentir.